Graciela Cordone y Fernando Martínez, dos técnicos con larga trayectoria en la agencia Casilda del Inta, decidieron tomar el toro por las astas.
La realidad en esta región del sur santafesino es que lo más frecuente que se puede ver sobre un lote es soja de primera en forma continuada. Las opciones de trigo y soja de segunda, o la rotación clásica de maíz, soja de primera y trigo, soja de segunda (rotación 4×3), son bastante menos frecuentes.
¿Cómo hacer entonces para que esa sucesión casi indefinida de soja pueda ser más sustentable?, se preguntaron estos técnicos que además de investigar tienen el valor agregado de dedicarse a la extensión, es decir a la transferencia de la tecnología al productor.
Por un lado ya venían trabajando con la fertilización de la soja con fósforo y azufre, una vía de reponer los nutrientes que se extraen del suelo con cada cosecha, y por otra, de elevar la productividad, lo cual, al mismo tiempo, representa más aporte de rastrojo al suelo.
El problema de la producción continua de soja es el agotamiento de materia orgánica, que por la vía de la mineralización va cediendo nitrógeno al suelo. Así, los tenores de la materia orgánica van cayendo lenta pero sostenidamente.
Entonces Cordone, quien a principios de los 80 había trabajado con cultivos de cobertura en base a vicia -una leguminosa que fija el nitrógeno del aire- para mejorar el balance de este nutriente en secuencias donde dominaba el maíz, planteó la siembra de gramíneas invernales como vía para reposición de carbono al suelo.
âLa idea es que acá caen 1.000 milímetros de lluvia al año y la soja utiliza 500, además de la radiación solar que tampoco es aprovechada cuando ponés un solo cultivo de verano al añoâ, me comentaba Martínez mientras nos dirigíamos a un establecimiento próximo a Arequito (Capital Nacional de la Soja), donde se conducen los ensayos.
Es que finalmente Cordone logró que el Inta a nivel nacional conduzca ensayos de larga duración para analizar la reposición de nutrientes en secuencias de cultivos basadas en soja, eufemismo técnico para hablar del monocultivo.
Hoy estos ensayos se están llevando, además de en Casilda, en Marcos Juárez (Córdoba), Paraná (Entre Ríos), Gral. Villegas (oeste bonaerense), Balcarce (sudeste bonaerense) y Catamarca (en la zona agrícola próxima a Tucumán).
En las parcelas se compara la secuencia de soja de primera sin fertilización con la misma soja de primera pero fertilizada con fósforo y azufre, con la soja de primera fertilizada con un cultivo de cobertura de gramíneas con y sin fertilización nitrogenada, y todo esto contra el doble cultivo continuo trigo/soja y contra la rotación 4×3 ya mencionada.
La idea detrás de fertilizar el cultivo de cobertura es doble: por un lado darle la nutrición para que el cultivo -se está usando un triticale en los ensayos- desarrolle más materia seca, fuente de carbono para el suelo, y por el otro lado, completar la parte de nitrógeno que la soja extrae y no proviene de la fijación simbiótica.
Al respecto, Cordone contó que uno de los objetivos es determinar efectivamente en cada región cuánto nitrógeno proviene de la fijación simbiótica. âSucede que el nitrógeno de la atmósfera naturalmente está âmarcadoâ, entonces lo que hacemos es enviar muestras a un laboratorio de Brasil vía el Inta Castelarâ, explicó la profesional.
De acuerdo con la bibliografía internacional, la soja estaría fijando alrededor del 60% del nitrógeno que constituye la planta. Como el índice de cosecha (lo que se va con el grano fuera del lote) es del 75%, otro 25% vuelve al suelo con los rastrojos, con lo cual queda un 15% que se âexportaâ y que provino de la mineralización de la materia orgánica del suelo.
Grosso modo, eso puede equivaler a unos 40 o 50 kilogramos de nitrógeno elemento por año.
Este aporte, más el rastrojo proveniente de una soja de buen rinde (4.500 kg/ha) sería suficiente para mantener estable el balance de carbono en el suelo, para lotes que pueden tener hoy en día 2,3 o 2,4% de contenido de materia orgánica.
Lógicamente, en campos con más materia orgánica, mantener el balance requeriría de más aporte de materia seca.
Después de los primeros tres años, las mediciones de laboratorio indican que se incrementa el stock de materia orgánica joven (no humificada) cuando a una soja de primera fertilizada le sigue una gramínea de cobertura fertilizada.
Martínez habla de seis quintales más de rendimiento en estas sojas de primera, respecto del monocultivo de soja sin cobertura, a lo cual hay que restarle dos quintales que es el costo de la gramínea de cobertura más el nitrógeno.
Un punto interesante es que el control de malezas con la cobertura es sensacional y que ahora van a probar con pasarle el llamado ârolo facaâ (muy popular en Brasil) en vez de secarlo con glifosato, para sembrar atrás la soja.
Sin embargo, ni Martínez ni Cordone plantean esto como âlaâ solución. Es que la calidad de la materia seca que proviene de un rastrojo de maíz o trigo es superior a la que aporta la cobertura cuando se la mata en verde. Pero como lo que predomina es la secuencia de soja de primera, la cobertura es la segunda mejor opción.
Otra de las cosas que comentaba Martínez, de carácter empírico todavía, es que la infiltración del agua, después de las buenas lluvias de la primavera y el otoño es muy superior cuando las raíces del triticale hicieron su trabajo, lo que ayudaría a explicar el mejor rinde de la soja.
Esa agua que llena la âcaja de ahorroâ del suelo puede ayudar a darle estabilidad de rinde a la soja. Y si el balance de carbono y nutrientes es neutro, entonces sí podemos hablar de la soja sustentable.
Artículo publicado en la edición de hoy de Infocampo Semanario

