Unos días atrás tuve la oportunidad de visitar una empresa de semillas que acababa de hacer una inversión cercana al medio millón de dólares en una planta para la automatización del procesamiento y embolsado.
Con una producción orientada a las especialidades y productos de alto valor, la inversión le permitía alcanzar una productividad de cuatro contenedores en ocho horas contra el sistema anterior, manual, de un contenedor en doce horas de labor.
De más está decir que la competitividad de los agronegocios está muy ligada a la productividad y a la calidad de los procesos, aspecto no menor porque, cada día más, los compradores del exterior quieren que sus proveedores les certifiquen el proceso con que elaboran los productos que ellos compran.
Ahora bien, durante años, esta empresa recurrió a la bolsa de trabajo local para tomar los trabajadores que operaban el sistema antiguo. Pero cuando éstos vieron que la empresa incorporaba tecnología, temieron por la pérdida de sus puestos de trabajo y reaccionaron de la peor manera posible: hicieron un piquete en la puerta de la planta y se presentaron ante la Justicia laboral que raudamente dio la orden de no innovar.
Qué sucede hoy. Desde hace un mes, la planta está parada. No trabajan ni los empleados, que ahora están en un litigio judicial contra la empresa, ni la compañía, que ve cómo una inversión de medio millón de dólares no puede operar. Es la clásica fórmula en la que todos pierden.
La historia del agro está ligada a la tecnología, porque para alcanzar el ritmo de aumento del consumo de la población mundial se necesita que cada hectárea produzca cada vez más. Y la mecanización tiene que ver con esto.
En un momento, la cosecha de maíz se hacía en forma manual. Hoy nadie se plantea que fue malo haber reemplazado esa recolección por las cosechadoras, así como nadie se plantea seguir con el arado de mancera o la yunta de bueyes.
Qué rol le compete a los líderes sindicales. No parece razonable pensar que pueden prolongarse indefinidamente en el tiempo sistemas de trabajo que van quedando obsoletos, así como formas de vincularse con las empresas de otros tiempos.
Si se está hablando de una economía del conocimiento (concepto mucho más adecuado que el de “sociedad del conocimiento”), de la innovación permanente como fórmula para mantener la competitividad, será necesario que las organizaciones de los trabajadores acerquen soluciones para la inserción de sus representados en este escenario.
De lo contrario, cuanto más trabas quieran poner a las empresas, tanto más alentarán la no generación de empleo, ya que ¿quién va a querer emprender nada si después queda preso de sus empleados? Son cuestiones para reflexionar en la búsqueda de una sociedad mejor.
Javier Preciado Patiño
jpreciado@infocampo.com.ar
