El campo no es ajeno a esa circunstancia, la diferencia con la cuestión urbana es que el problema rural ni siquiera está presente en el discurso de las autoridades, que lo tratan como un tema menor, prácticamente inexistente en sus preocupaciones y en su gestión.
Para confirmarlo, sólo hay que evaluar la escandalosa disparidad de fuerzas entre la pobre policía rural y las, por ejemplo, enormes organizaciones del cuatrerismo, que son mafias con importantes recursos que, ante la inacción oficial, crecen año tras año.
Son como las bandas de secuestradores, que ante cada hecho multiplican su poder en cantidad y calidad y que no sólo se limitan a robar ganado sino que extienden sus tropelías a la maquinaria y a los electrodomésticos de las casas. Para hacerlo, utilizan una creciente violencia física contra los productores.
Es cada vez más común que familias enteras sean tomadas como rehenes durante horas, mientras los delincuentes, en su búsqueda de dinero en efectivo, los amenazan y hasta torturan.
La tragedia para la gente de campo no termina ahí. Luego de ser víctima del delito y si deciden hacer la denuncia, tendrán que sufrir la desidia y burocracia de una estructura policial que aparece desquiciada y sin objetivos claros.
Pero eso no es todo. Existe otro nuevo peligro en ciernes: que a las habituales bandas rurales se le sumen las de los conurbanos.
El fenómeno ya se está produciendo, pero es incipiente y conforman una paradoja: si las políticas de seguridad pública tuvieran éxito en los centros urbanos y sus adyacencias, esos delincuentes pueden desplazarse hacia las afueras, en donde encontrarán a una población que está lejos de ser novata en esta cuestión, pero que se encuentra en una situación de mayor vulnerabilidad que los citadinos.
Si esa tendencia se confirmara plenamente, el fenómeno de la inseguridad tendrá, incluso, consecuencias económicas dramáticas en un sector que es el gran protagonista de la denominada recuperación argentina, pero que es tratado como si ni lo fuera.
La clave reside entonces, en tratar a todo el delito con la misma energía, más allá del lugar en el que se encuentre.
Se sabe, los delincuentes no reparan en categorías sociológicas, pero son eruditos para encontrar huecos en las políticas oficiales, tan acostumbradas a asombrarse cuando tienen el agua en el cuello.
Por Carlos Russo
Secretario de Redacción de El Federal
Especial para Infocampo