El título de esa nota de tapa fue âEl cash aceitero llega al biodiéselâ, en referencia a que eran las grandes compañías aceiteras transnacionales las que se estaban posicionando en este nicho. La nota tuvo una muy buena repercusión, por su rebote en una gran cantidad de sitios que hasta el día de hoy ofrecen nuestra visión.
Seis meses después, los anuncios de Aceitera General Deheza primero y Dreyfus después no hacen sino confirmar ese planteo. La familia Urquía, titular de AGD, ha decidido emplazar en Terminal 6 -la terminal portuaria que comparten con Bunge, en Rosario- una planta de producción de biodiésel de 200.000 toneladas anuales, una magnitud similar a las que existen en la Unión Europea.
Por su parte, Dreyfus anunció que construirá en Timbúes su segunda terminal luego de General Lagos, una planta con capacidad para procesar 300.000 toneladas del combustible por año, que compartirá el podio de âla más grande del mundoâ, junto con otra que la misma Dreyfus construye en Indiana (EE.UU.).
La decisión de los grandes procesadores (crushers) de entrar en el juego es absolutamente lógica: son los más competitivos en la molienda de soja, de la cual se extrae el aceite, la materia prima del biodiésel. Hay que recordar que cinco empresas manejan el 90% del negocio del crushing de soja en la Argentina.
Pero hay razones adicionales para esta lógica. No es casual que estas inversiones se anuncien orientadas al mercado externo, al menos en un primer momento. Por ejemplo, la Unión Europea tiene metas de corte obligatorio del gasoil con biodiésel, lo que genera una demanda cautiva.
Pero por otra parte, hoy la posición arancelaria del biodiésel tiene una retención del 5% contra el 20% del aceite de soja y 23,5% del poroto de soja. De mantenerse estos diferenciales resultaría muy jugoso exportar el biocombustible en vez del aceite.
En forma paralela, la recientemente sancionada y aún no reglamentada ley 26.093 establece el corte obligatorio del gasoil con biodiésel, lo cual también va a generar una demanda cautiva por parte de las petroleras y refinadoras, cuyos abastecedores obligados, por una cuestión de escala, serán estos emprendimientos que hoy se están anunciando.
De forma tal que aún sin acogerse a los beneficios impositivos de la ley 26.093, el biodiésel representa una gran oportunidad para estos grandes jugadores del comercio mundial de commodities agrícolas.
Incluso hay una externalidad más que positiva. Una fuerte demanda del aceite para convertirlo en energía de motores achica el saldo destinado al consumo humano o forrajero (como pasa en los EE.UU. con el maíz y el etanol), lo cual genera una corriente alcista de precios para el grano, que tanto puede ser capturada por el lado del aceite como por el del biodiésel.
Por último, hay que analizar qué pasa con los emprendimientos âboutiqueâ, es decir de pequeña escala, ya que ahí la integración de los subproductos (harina y glicerol) juega un papel relevante, dado que el proceso, por lógica, es más ineficiente que en las grandes plantas aceiteras.