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Soluciones al desecho: cómo reducir la huella de los alimentos

Según la FAO, cada persona derrocha hasta 115 kilos de comida al año. La edición de diciembre de la revista RIA revela claves para minimizar el desperdicio de alimentos en las distintas etapas de la cadena agroalimentaria.

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Por Infocampo

Mientras el mundo se preocupa por incrementar la productividad de la agricultura y generar alimentos para la población creciente, un tercio de lo producido con ese propósito se pierde en las etapas de cosecha y procesamiento o se desecha por falta de consumo. Ante este escenario, el próximo número de la Revista RIA (Vol. 39 N. º 3) presentarán diversas estrategias y posibles líneas de acción para revertir esa tendencia en las diferentes etapas de la cadena de suministro de alimentos.

A escala mundial, más de la mitad de los desechos se producen al inicio del ciclo durante la cosecha, poscosecha y almacenamiento, principalmente, en las cadenas de cereales, frutas y hortalizas. “Las razones de las grandes pérdidas de alimentos están asociadas con fallas en su ciclo de producción: después de ser cosechados se echan a perder, se descartan por diferentes motivos y nunca llegan a la etapa del producto final”, aseguró a la Revista RIA el oficial de Agroindustrias de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), Robert Van Otterdijk.

Estas pérdidas conllevan un costo ambiental que, además de repercutir en la disminución de la calidad de las tierras cultivables y en el volumen de los caudales de agua, ocasionaría contaminación por los descartes alimenticios que no se destinan a producciones secundarias y alteraría los servicios ecosistémicos.

Al respecto, el coordinador del Programa Nacional Frutales del INTA, Enrique Sánchez, explicó que “cuando se desecha parte de la producción, los insumos que se utilizaron para obtenerla fueron malgastados. En estos casos, el contenido mineral que los alimentos extraen del suelo y el consumo del agua, son capitales que se desaprovechan”.

En este sentido, existen tecnologías y técnicas que vuelven más eficientes los procesos productivos, representan una oportunidad para evitar las pérdidas y, al mismo tiempo, reducen el impacto ambiental a partir de un uso racional de los recursos.

La proyección de la Argentina como un productor de bienes y servicios agroalimentarios y agroindustriales de valor agregado en origen, entonces, se presenta como una oportunidad para evitar pérdidas de alimentos y derivarlos hacia otras industrias para sacarles el máximo provecho.

Según el subsecretario de Agregado de Valor y Nuevas Tecnologías del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, Oscar Solís, la clave está “no sólo en cómo minimizarlas, sino en cómo utilizar los descartes”. De esta manera, “podemos transformar todo en algo que, al agregar valor, potencie la economía del lugar”.

Para ello, la industrialización puede estar integrada por distintos procesos de “transformación” o de “preservación” en la cual se conviertan las materias primas en alimentos, o bien, se trabaje sobre el producto en sí para asegurar inocuidad y extender su vida útil.

Desde películas comestibles y “sous vide” hasta las altas presiones hidrostáticas, el INTA desarrolló y adaptó tecnologías para que los alimentos argentinos resulten más seguros y se conserven por más tiempo, lo que repercutirá en una mayor vida útil en góndolas y la llegada a mercados más lejanos.

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