El 11 de marzo se ha convertido en una bisagra en diferentes aspectos. Desde la transformación que se logró instaurar en la sociedad citadina, hasta los exabruptos involuntarios que deslizaron frente a ciertos micrófonos malintencionados, los dirigentes agropecuarios han recorrido un largo camino imposible ya de desandar.
Sin duda, el mayor avance se produjo sobre el imaginario colectivo de la clase media urbana, que esperaba encontrar defendiendo al sector a señores de levita, galera y bigotes manubrio en el mismo momento que se introducía en su casa, a través de imágenes repetidas hasta el infinito por la televisión, un chacarero hijo de gringos que incluía ‘ para regocijo de los mass media – la falta de un diente frontal debido a la pelea con un tensor de alambre chúcaro.
Si se hace necesaria una comparación entre los dirigentes de antaño y los actuales, tenemos que ponderar las necesidades de una época donde la instantaneidad muchas veces se sobrepone al contenido.
Los líderes agrarios del pasado dedicaban gran parte de su vida gremial a escribir. Surgieron así piezas magistrales para entender el tiempo en que vivían, tales como ‘La concurrencia universal y la agricultura en ambas Américas’ (1908) de Estanislao Zeballos, presidente de la Sociedad Rural Argentina, o ‘El ruralismo argentino’ (1943) de Nemesio de Olariaga, presidente de Carbap y CRA, por citar sólo dos obras que merecerían una reedición en estos tiempos de acelerado vivir.
La dirigencia de hoy ha comprendido la importancia de lograr una buena imagen mediática, y no está mal que así sea. No dudo que hoy es mucho más provechoso concurrir en dos oportunidades a la mesa para almorzar con la señora Legrand que dedicarle unas horas diarias al solaz de la escritura. Pero es importante tener siempre presente que una cosa no invalida la otra, más bien al contrario, se complementan.
Por Juan Cruz Jaime. Historiador agropecuario.
(artículo publicado en la edición de hoy de El Federal)