El agua de lluvia es un insumo fundamental para la producción agrícola y cumple un rol esencial en la seguridad alimentaria.
Las proyecciones del Banco Mundial indican que, para 2050, la población del Planeta superará los 10.000 millones de habitantes y, ya sea en zonas urbanas o rurales, esta población deberá contar con alimentos y fibras para satisfacer sus necesidades básicas.
De esta forma, se estima que la producción agrícola deberá aumentar significativamente – aproximadamente un 70 %- para cubrir las mismas.
Esto implicará la necesidad de mejorar la gestión del suelo y el agua, a fin de incrementar la eficiencia y productividad del agua de lluvia para una agricultura sustentable.
EL AGUA Y LOS CULTIVOS DE COBERTURA
La no observancia de técnicas apropiadas para la conservación de los recursos naturales como el suelo en las actividades agropecuarias, puede generar efectos negativos en los ambientes productivos, como erosión por agua o viento, pérdida de fertilidad de los suelos, obstrucción de caminos y acumulación de sedimentos en vías de desagüe y cuerpos de agua y así trasladar estos efectos en perjuicio de aspectos económicos y sociales.
“La predominancia de secuencias agrícolas integradas por cultivos de verano, sin la presencia de cultivos invernales, da origen a largos períodos de tiempo en que los suelos permanecen sin cubierta vegetal y expuestos a los agentes erosivos como el agua de lluvia ó el viento”, detalla Julia Capurro, especialista en cultivos de cobertura de Cañada de Gómez, en Santa Fe.
En el sur de esta provincia, esos períodos de tiempo se extienden desde el otoño hasta bien entrada la primavera. En secuencias soja-soja, los lotes permanecen sin cobertura verde desde marzo hasta mediados de noviembre, cuando la nueva soja implantada cierra los surcos.
“En esa etapa se producen importantes pérdidas de agua y suelo por erosión hídrica”, añade la profesional.
Una alternativa para mejorar la economía del agua de lluvia en estos sistemas productivos es la incorporación de cultivos de cobertura (CC) en base a especies —generalmente gramíneas ó leguminosas— que ocupan los lotes durante la etapa señalada, reemplazando a los tradicionales barbechos químicos.
“Los CC disminuyen la formación de escurrimientos superficiales, incrementando la infiltración del agua de lluvia en el perfil del suelo y regulan la temperatura de la superficie del suelo por el efecto de sombreado, disminuyendo las pérdidas de agua por evaporación”, señaló Capurro.
“UNA TECNOLOGÍA DE PROCESOS AGRONÓMICOS”
Por su parte, Vanina Jankovic de INTA Casilda asevera que se debe pensar al cultivo de cobertura como una tecnología de procesos agronómicos que tiende a minimizar los impactos negativos sobre el ambiente.
“En el recurso suelo minimizamos la erosión y perdida de fertilidad e incrementamos el contenido de materia orgánica; en el recurso agua favorecemos la infiltración y en aspectos económicos y de infraestructura minimizamos la obstrucción de vías de desagües, destrucción de caminos y vías de acceso a los campos”, explícito.
Pero, además, agregó que viendo al agroecosistema, el CC propende a controlar la aparición de malezas y plagas, reduce el uso de insumos y por añadidura baja los costos productivos, sin detrimento del rendimiento de los cultivos de renta.
“Esto posiciona al CC como un indicador de peso a la hora de pensar en la sustentabilidad de agroecosistemas que lo implementan”, explicó.
UNA EXPERIENCIA A CAMPO
En un estudio realizado en la localidad de Correa, en el sur de la provincia de Santa Fe, se midió el efecto de los cultivos de cobertura sobre el agua útil disponible en el perfil del suelo, en distintos momentos de un cultivo de soja.
“Se implantó un cultivo de cobertura en base a una mezcla de vicia sativa y avena sativa, que se desarrolló desde mayo hasta octubre y produjo en promedio 5.602 kilos por hectárea de materia seca, en el momento de la supresión de su crecimiento”, explicó Capurro.
En este sitio, la soja se sembró a principios del mes de noviembre y se evaluó el agua útil disponible (AUD) hasta dos metros de profundidad, en parcelas con y sin CC.
A los 18 días de la siembra, con la soja en estadío vegetativo, el AUD en las parcelas sin CC fue de 247 mm, mientras que en las parcelas con CC, ese valor creció hasta 263.
En el momento de inicio de floración del cultivo, a los 34 días de la siembra, el AUD medido en las parcelas sin CC, representó 234 mm y en las parcelas con CC subió hasta 254 mm a la profundidad evaluada.
A inicios del mes de enero, con 58 días desde la siembra y en llenado de granos, se incrementó la diferencia a favor de la soja con CC. En tanto las parcelas sin CC tuvieron 203 mm, el AUD creció a 228 mm en las sembradas sobre CC.
Por último, a los 89 días de la siembra, a principios del mes de febrero, con el cultivo de soja cerca de madurez fisiológica, el AUD fue de 103 mm en las parcelas de soja sin CC y de 122 mm en las que se habían sembrado sobre CC.
EL SUELO ACUMULA MÁS AGUA
“Estos valores muestran el efecto significativo del CC en la mejora de la acumulación del agua en el suelo”, señaló Capurro. Es que las lluvias en esta región se dan en un 70% entre octubre y marzo.
“Luego del secado del CC, el suelo comenzó a acumular más agua respecto de las parcelas de soja sin CC, y durante todo el crecimiento y desarrollo de la soja, estas parcelas contaron con una mayor cantidad de agua en el suelo, con hasta 25 mm más de AUD, lo que impactó positivamente en el rendimiento del cultivo de renta, con 4468 kg/ha en las parcelas de soja con CC y 3749 kg/ha en las parcelas de soja sin CC”, finalizó la especialista.
Los resultados de un estudio desarrollado en la localidad de Casilda, en tanto, mostraron diferencias de rendimiento aún superiores a favor de la soja sobre CC.
“Con lluvias escasas durante el barbecho – 146 mm de abril a septiembre – se condujeron diferentes especies de CC como antecesores de soja” explicó Jankovic.
“Los CC más productivos-mezcla de vicia y gramíneas-llegaron a generar 6000 kg/ha de materia seca. Sobre estas parcelas, los rendimientos de soja ascendieron a 5200 kg/ha, mientras que las parcelas de soja sin CC tuvieron un rendimiento de 4100 kg/ha”, siguió la profesional, en concordancia con lo evidenciado en los trabajos de Capurro.
Estas diferencias significativas a favor de la inclusión de CC en los sistemas agrícolas predominantes indican la necesidad de realizar ajustes en el manejo de los cultivos que ocupan la mayor superficie de la pampa húmeda argentina.
Esos ajustes apuntan —entre otros objetivos— a no desperdiciar el agua de lluvia que se necesita para producir, y a hacer más sustentables los ambientes productivos, de cara a un futuro de mayor demanda global de alimentos.