A pesar de que uno tiene origen en África y el otro en América, el sorgo y el maíz comparten el proceso metabólico denominado Carbono 4 (C4), un mecanismo que les permite captar el dióxido de carbono para generar fotoasimilados con un costo las plantas, incluidas las gramíneas de invierno, que poseen la vía C3.
Aparentemente, las plantas C4 son el resultado de la respuesta de la naturaleza a condiciones ambientales menos favorables. Y en estos días de cambio climático esa respuesta evolutiva es vital: producen alimentos utilizando menos agua que sus colegas C3.
Es que para que el dióxido de carbono ingrese, la planta debe abrir sus estomas, y en ese momento pierde agua. Las C4 “aprendieron” a captar el C02 perdiendo menos agua que el resto de las plantas.
Pero palo y palo, en condiciones de restricción de agua, el sorgo le saca alguna ventaja al maíz. La velocidad con que sus hojas se acartuchan, la cerosidad que recubre sus hojas, el hecho de que el grano esté en la panoja (destino principal) y no en la espiga (secundario), la relación entre biomasa y grano producido (índice de cosecha) dan a favor del sorgo.
Esto es lo que entusiasma a Diego Maranesi, ingeniero agrónomo con un posgrado en genética en la UN de Rosario, a lanzarse a hablar de sorguización, un neologismo que utiliza para contraponerlo al de sojización.
“La Argentina posee un sistema agrícola basado en la siembra directa, la rotación y la nutrición, que es lo más adecuado para satisfacer el desafío que nos plantea la alimentación de la humanidad en los próximos años”, arranca diciendo el profesional.
“Sin embargo, para aumentar su productividad hay que lograr una mayor eficiencia en el uso de los inputs más limitantes, es decir el agua y los nutrientes. Y acá es donde aparece el sorgo, como el cultivo que logra ese cometido en ambientes donde esos recursos son escasos”, agrega.
Lo que Maranesi propone es el uso del sorgo en zonas marginales para romper la secuencia del cultivo de soja que no encuentra solución de continuidad.
“La clave está en aumentar la productividad con sustentabilidad, y el sorgo es la llave para fijar carbono e incorporarlo al suelo para mejorar los tenores de materia orgánica”, explica, y pasa a enumerar una serie de razones, por las cuales el sorgo puede ser el cereal que se incorpore al sistema agrícola en estas regiones marginales:
1) Produce 1 kg de materia seca con 27 litros de agua (promedio), contra 37 del maíz.
2) Como el índice de cosecha es mejor en el sorgo que en el maíz, al suelo le retornan proporcionalmente más nutrientes aplicados.
3) Su costo directo resulta unos 100 dólares menor que en el maíz. Pero Maranesi no está planteando “sorgo sí, maíz no”.
Esto tiene que quedar muy claro. Está hablando de una opción para incorporar una gramínea en sistemas donde hoy la relación real oleaginosas/ gramíneas es de 9 a 1, como puede ser el norte del país.
En esta concepción, el sorgo puede ser el cereal que aporte eso que está faltando en el sistema agrícola.
El último aspecto que destaca el especialista es que el potencial de rendimiento de los sorgos actuales es alto. En lotes donde se le da el manejo adecuado (principalmente nutrición), es factible obtener 120 quintales por hectárea.
La limitante
Desde el punto de vista de la sustentabilidad ambiental y agronómica, el sorgo parece indiscutible para regiones marginales donde manda la soja.Sin embargo, posee una limitante: en esas regiones generalmente muy alejadas de los puertos, el alto valor del flete hace que la ecuación económica no cierre.
De ahí que la “sorguización”, opina Maranesi, indefectiblemente tiene que ir de la mano del desarrollo de actividades que transformen el sorgo en productos de mayor valor agregado, ya sean industriales o producciones ganaderas que lo transformen en proteínas animales.
Javier Preciado Patiño
(Nota publicada en la Edición de Hoy del Semanario Infocampo)
