Alan McCracken es un irlandés con una vasta carrera en la industria agroquímica. Considerado una eminencia en tecnología de aplicación de agroquímicos, disertó hace unos meses en el Congreso de Aviación Agrícola organizado por Fearca, donde dialogó con Infocampo sobre sus trabajos y la situación de la aeroaplicación en la región.
“A nivel técnico, en términos de tecnología de aplicación y profesionalismo de los pilotos, Argentina es una de las más altas del mundo, superior a Canadá, Estados Unidos e incluso Brasil”, afirmó McCracken, que desde hace 11 años trabaja como asesor privado.
El irlandés es un convencido de que cuando se aplican los productos de forma perfecta hay un mejor control de plagas y enfermedades y mayor productividad. “Hay algo que acompaña a esto. Los trabajos científicos demostraron que todos los productos químicos funcionan mejor con menos agua, sea insecticida, herbicida o fungicida”, agregó.
¿Que el uso en exceso de agua quita productividad? Así lo cree McCracken, que critica que todavía exista el pensamiento en las escuelas de agricultura alrededor del mundo de que cuanta más agua se use para mojar a la planta será mejor: “Es totalmente equivocado. Con menos agua, todos los productos funcionan mejor. Es la regla básica de la química. No hay producto tóxico, es la concentración”.
No hay cultivo en el mundo, aseguró, que necesite más de 10 litros de agua de mezcla. “Lo tengo comprobado en más de 130 países”, dijo McCracken, que contó que los últimos años cambió el foco de sus investigaciones para sacar mayor productividad.
“Tengo información en trigo, cebada, canola, maíz, soja y semilla que cuando pulverizamos con menos agua hay mayor productividad. Por ejemplo, un cliente mío de Argentina me compartió información del maní, que cuando el producto fue aplicado con avión en bajo volumen hubo más de 1.000 kilos de productividad por hectárea.”
McCracken, que trabajó en Estados Unidos, Brasil y Suiza, dio un ejemplo como medida de comparación: “El agua de mar tiene sal, y un vaso de sal mata a un ser humano, pero con agua de río es totalmente seguro y no corre peligro. Es lo mismo con los químicos: a los ingenieros que les falta experiencia recomiendan para la agricultura o el aplicador usar mucha agua para tener mejor cobertura, cuando en verdad están reduciendo la concentración y la efectividad del producto”.
Frente a esta situación, McCracken pidió a los ingenieros prestarle mayor atención a la técnica de aplicación: “Los productos funcionan mejor y en paralelo cuando los productos son colocados en los cultivos, hay menos polución de medio ambiente. El agua en exceso en el suelo termina contaminando todo el campo”.
La calidad del agua es también un punto a tener en cuenta. McCracken consideró que el agua puede volverse sucia por materia orgánica o por tierra, pero a lo que debe prestarse atención es al pH, dado que el costo de corregirlo es muy alto y puede traer grandes pérdidas. Un rango ideal, dijo, se encuentra entre 6,5 y 7 de máximo, mientras que el ránking promedio es de 4,5 a 6,5.
“A un productor grande puede costarle de 200 a 300.000 dólares el agua mala por temporada si no lo corrige. Hay productores de Bolivia que construyeron reservorios para tener agua buena de lluvia y que pase con filtro. Los productos funcionan mejor con agua de lluvia. Toda la construcción fue pagada en una sola temporada. Y un cliente de Córdoba puso un sistema de colección de agua en un hangar para el avión. También pagó la construcción en un año”, contó.
Si bien resaltó que Argentina es de los mejores en profesionalismo de los pilotos y la tecnología de aplicación, McCracken advirtió que en el global está entre el octavo y noveno lugar a nivel mundial: “Soy un perfeccionista y creo que siempre falta desarrollo. Donde falta más información es en el entrenamiento de los ingenieros agrónomos. Salen de una escuela con algo que ya no es más válido. Siento un poco de tristeza que falten ingenieros en una parte tan importante como ésta”.
Por Agustín Monguillot, Semanario Infocampo

