Amarillas, blancas, rojas o moradas, las mazorcas de maíz autóctono se venden en el noroeste argentino (NOA) como elemento decorativo. Pero tienen los días contados.
El avance de la frontera agrícola y la pérdida de costumbres y tradiciones son una sentencia de muerte para las numerosas variedades que se siguen cultivando en pequeñas parcelas y con técnicas de hace más de un siglo.
El consumo mundial de maíz aumentó más de un 50% en los últimos diez años: de 610 millones de toneladas a más de 900 millones. No sólo forma parte de la alimentación humana y animal, sino que también se emplea para producir biocombustibles, por ejemplo, bioetanol y biogás.
Según publicó Región Norte Grande, el maíz que consumimos, resultado de la producción de semillas híbridas comerciales, está desplazando al que se plantaba en las terrazas de cultivo de México o del Imperio Inca. Si bien todavía pueden hallarse algunas variedades autóctonas en los cultivos de las comunidades aborígenes del noroeste (NOA) y noreste argentino (NEA), éstas están desapareciendo de manera drástica, a medida que desaparecen quienes las cultivaban.
“Los maíces nativos está amenazados debido al avance de la frontera agrícola y a los cambios en las tradiciones”, afirma la doctora Graciela González, investigadora del Conicet en el Laboratorio de Citogenética y Evolución, que dirige la doctora Lidia Poggio, en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Las investigadoras estudian la diversidad genética de las diferentes razas de maíces nativos del NOA y del NEA. El objetivo aplicado final es que las variedades no se pierdan.