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Productivísmo, desarrollo y valor agregado

En ambos casos se trata de objetivos de producción, volúmenes físicos que se presentan como indicadores de la potencia del sector agrícola local y del que echan mano tanto los actores públicos como los privados. Es obvio que resulta positivo para la economía del país que la producción primaria obtenga sucesivamente mayores cosechas, pero esto... Read more »

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Por Infocampo

En ambos casos se trata de objetivos de producción, volúmenes físicos que se presentan como indicadores de la potencia del sector agrícola local y del que echan mano tanto los actores públicos como los privados.

Es obvio que resulta positivo para la economía del país que la producción primaria obtenga sucesivamente mayores cosechas, pero esto no guarda relación directa con el desarrollo.

Se trata de un punto controvertido y de amplio debate, porque hay quien puede argumentar -como de hecho lo hacen- que más producción significa más camiones, más neumáticos, más tolvas, más fertilizantes, más semillas, más fungicidas, etcétera.

Es una idea que va de la mano del “valor agregado hacia atrás”. Tal vez esto último haya surgido como argumento defensivo frente al otro que sostiene que los granos son materias primas de nulo o poco valor agregado respecto de los bienes industriales.

Entonces se recurrió al argumento -a mi entender muy poco feliz- que en verdad los granos son productos de mucho valor agregado por toda la economía que mueven con ellos y que, por ejemplo, un grano de maíz es en realidad fertilizante, biotecnología, pesticida, bajo la forma de eso, un grano.

La razón por la cual encuentro débil este argumento es que en verdad cualquier producto donde interviene el hombre tiene este “valor agregado hacia atrás”.

Cualquier envase de plástico, por ejemplo, tiene detrás una tecnología fenomenal, y su producción también tracciona una serie de factores de la economía. Es decir, plantear que un producto tiene valor agregado “hacia atrás” resulta una obviedad que no agrega nada a la discusión de fondo.

Vinculado a esto, en la desesperación por querer demostrar (no se sabe bien a quién) que los productos del agro son de altísimo valor agregado, se ha echado mano a otro argumento: que un kilo de lomo vale más que un kilo de un auto de alta gama.

Tampoco esto quiere decir nada. Con este mismo criterio podríamos sostener que, comparativamente, la hora de una acompañante vale más que la de un CEO o un médico jefe de servicio.

Cualquiera comprende la debilidad de un argumento semejante. Por eso la cuestión de fondo es plantear el tema del desarrollo económico de la Argentina a partir de una fortaleza que poseemos, como es la producción de materias primas agrícolas.

Concretamente, el producto bruto de la producción granaria argentina tiene un valor determinado, en función de los precios de esos granos y el volumen producido.

Pero esto es apenas un tercio de la historia. Otro tercio lo constituyen los insumos necesarios para obtener esa producción. El otro tercio lo constituye la industria (incluida la producción de proteínas animales) que utilizan esos granos.

En este sentido, la agricultura argentina está inserta en un sistema global de producción de alimentos.

Pero en un extremo podríamos imaginar una agricultura que importa todos sus insumos y exporta todos sus granos para que sean procesados en el exterior. Aquí, cero de desarrollo.

En el otro extremo imaginamos una agricultura cuyos insumos se producen íntegramente fronteras adentro y cuyo fruto, los granos, se procesan también íntegramente fronteras adentro.

Entre una punta y otra hay un gradiente dentro del cual como país debemos plantearnos hasta dónde podemos llegar. En este semanario dedicamos la nota de tapa a la industria molinera.

Al igual que la producción primaria, la existencia de esta actividad tracciona economía: genera puestos de trabajo, consume energía, contrata servicios y compra bienes de capital, algunos de los cuales también se fabrican en la Argentina.

Acá está muy claramente planteada la diferencia entre desarrollo y crecimiento. Podríamos producir 21 millones de toneladas de trigo y no estaría mal, por cierto. Pero también podríamos aspirar a moler cada vez más trigo y que a nuestros clientes externos les convenga más comprarnos la harina que el cereal.

Y acá viene la cuestión estratégica, porque así como los países importadores quieren procesar ellos la materia prima -pensar en la presión que hace la molinería brasileña-, nuestro Gobierno debería generar condiciones y políticas favorables al agregado de valor fronteras adentro.

De lograrse un Acuerdo del Bicentenario, éste debería ser un punto crucial: el consenso social de que debemos exportar productos que generen más oportunidades para nuestra gente.

Un buen ejercicio de lo contrario es imaginarse a una provincia de Entre Ríos sin avicultura, con los granos cruzando el puente Victoria-Rosario con destino a las terminales portuarias.

La avicultura entrerriana es hoy la segunda actividad económica de la provincia (desplazó a la ganadería) y una esponja que absorbe la producción granaria, generando incluso más oportunidades para los mismos productores rurales.

La cuestión no es si el grano tiene o no valor agregado, sino qué podemos hacer con él fronteras adentro.

 

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