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Un siglo investigando el trigo: celebran el centenario de la Chacra Barrow

El establecimiento festejará sus 100 años con un encuentro en el que se exhibirán todos los avances generados en el desarrollo del cereal.

infocampo
Por Infocampo

Desde 1923, la Chacra Experimental Integrada Barrow -ubicada en la localidad bonaerense de Tres Arroyos- trabaja en la promoción y en la mejora del cultivo, adaptado sobre todo al sudeste de la provincia de Buenos Aires.

Con el foco puesto en acercar el conocimiento que se genera en este espacio a la comunidad, el INTA y el Ministerio de Desarrollo Agrario bonaerense organizan un encuentro para celebrar un siglo de trabajo.

La cita es el próximo 23 de mayo, en el campo experimental de la chacra, ubicado en el kilómetro 487 de la ruta nacional 3, en Tres Arroyos. 

Paula Pérez Maté, directora de la experimental, detalló cómo se llevará a cabo la jornada. “Cada visitante podrá conocer todo el trabajo que realizamos en la Chacra y para ello se ideó un sendero único, en forma de herradura, en donde se podrá ver el trabajo que se realiza”, señaló

En Barrow, a través de su laboratorio se trabaja en mejoramiento genético vegetal, en manejo de cultivos y en calidad. En ganadería y en extensión, se incluirán en este espacio los programas ProHuerta, Cambio Rural y Mercados Bonaerenses. .

Además, habrá una muestra estática y una dinámica, en la que se mostrará la tecnología disponible para cada actividad. El programa de la jornada se completa con cinco charlas técnicas sobre ganadería, agroecología, trigo, clima y manejo de malezas.

HISTORIA DEL TRIGO

Si bien la historia del trigo en la Argentina se remonta al año 1527 –con la llegada de Sebastián Gaboto– es recién en la primera mitad de 1900 que comienza a sistematizarse la información sobre el manejo del cultivo y las fechas de siembras. Esto constituyó la base para el despegue de la producción argentina. En ese entonces, la Argentina aportaba el 50% del mercado mundial de cereales y lino.

En este contexto, en 1904, un grupo de personas de la localidad de Tres Arroyos decidieron formar una cooperativa de seguros llamada La Previsión. Después de 19 años, agricultores de esa cooperativa preocupados por el riesgo de granizo, avanzaron con la compra de un establecimiento. El objetivo era generar información sobre los cultivos de invierno y recomendaciones de manejo para la región.

Nucleados en la Cooperativa de Seguros Agrícolas La Previsión de Tres Arroyos, crearon un establecimiento que se dedicaría a mejorar los conocimientos tecnológicos del sector agropecuario. Así, en 1923 nació la Chacra Experimental La Previsión. “Casi 40 años después, se convirtió en la primera Estación Experimental del país en ser pensada y creada por un grupo de productores”, destacó Pérez Maté- 

EN EL RECUERDO

AÑOS DE CAMBIOS

En 1942, el Poder Ejecutivo provincial estableció que las compañías de seguro no podían contemplar la posesión de un establecimiento de las características que tenía la Chacra. Por eso, la propiedad es transferida a la provincia de Buenos Aires y adopta el nombre de Chacra Experimental Benito Machado. Pero la historia no termina en esta denominación y en diciembre de 1956 se crea el INTA, con el objetivo de “impulsar, vigorizar y coordinar el desarrollo de la investigación y extensión agropecuaria”.

“En 1962, el por entonces Ministerio de Asuntos Agrarios de la provincia de Buenos Aires firma el primer convenio con el INTA y la Chacra comienza a funcionar con la doble dependencia”, indicó Pérez Maté quien reconoció que esta integración resultó de gran importancia para el mejoramiento de los cultivos de cereales.

A la par de estos pormenores administrativos, la investigación, la experimentación y el desarrollo de información avanzaba a pasos agigantados de la mano de pioneros, como E. R. Amos y el mejorador V. C. Brunini. 

Ellos aportaron nuevos cultivares, que sumado a todo el conocimiento sobre fechas de siembra y recomendaciones de manejo impactaron en la producción argentina por el aumento del rendimiento, de calidad y de sanidad.

LOS AVANCES DE LA INVESTIGACIÓN

La investigación enfocada en el desarrollo de nuevas variedades tenía un problema que muchos mejoradores buscaban solucionar: el vuelco del cultivo. “Esto se daba por la altura de la planta, en algunos casos llegaba a medir 120 centímetros, lo que limitaba en forma severa la posibilidad de incrementar el rendimiento mediante un mayor aporte de insumos”, describió Francisco Di Pane, coordinador del Programa de Mejoramiento Genético de Cereales de la Chacra Barrow. 

Sobre este tema, explicó que “junto con la mejora de la sanidad y la calidad, el desafío era reducir la altura de la planta para evitar el vuelco y la pérdida de rendimiento”.

En esa época, las semillas provenían sobre todo desde Europa y desde los Estados Unidos. “Tenían características muy diversas, había materiales de ciclos largos y muy largos, otros de ciclos cortos y, se sumaba el aspecto sanitario, que variaba según cada ambiente”, recordó Di Pane. 

BARROW

“También variaba mucho la calidad del cereal para hacer pan, por lo que los mejoradores de la época empezaron a trabajar sobre el trigo pan y luego sobre el trigo candeal, que es el que se utiliza para hacer fideos”, remarcó.

Las investigaciones continúan de la mano de especialistas como B. Schelotto y M. R. Goñi, quienes entre 1942 y 1958 presentan las variedades Buenos Aires 105 y Buenos Aires 110. En este período, sucede algo que cambiará la historia del mejoramiento genético. 

UN APORTE DECISIVO

Norman Borlaug –conocido como el padre de la agricultura moderna y de la revolución verde por sus investigaciones que, entre otras cosas, le significaron recibir el premio Nobel de la Paz, en reconocimiento a sus aportes en el mejoramiento del trigo– en los años 50 identificó materiales de trigo japonés de baja estatura, derivados del cultivar Norin 10. Luego de  cruzarlo con variedades comerciales mexicanas, obtuvo los primeros materiales comerciales semienanos.

“Esto significó un gran salto tecnológico porque permitió obtener plantas con menor altura y evitar el vuelco”, resumió Di Pane quien explicó que “esos nuevos materiales permitían el uso de una mayor oferta de nutrientes para incrementar el rendimiento sin que se corriera el riesgo de vuelco; pasamos de plantas que medían 120 centímetros coronadas por unas pocas semillas, a plantas que en la actualidad no miden más de 90 centímetros y quintuplican la cantidad de granos”.

En ese momento, el rendimiento potencial del cultivo mostró un importante aumento y esos materiales semienanos fueron adoptados en todo el mundo. El salto de rendimiento fue notable: de producir alrededor de 900 kilos por hectárea en 1930, se pasó a alrededor de 5.000 kilos por hectárea en la actualidad.

Con la incorporación del INTA en 1962 a la Chacra –que pasó a llamarse Chacra Experimental Integrada Barrow– la actividad continua e investigadores como V. Pereyra, H. Carbajo, L. Goñi, A. del Blanco, G. Kraan y Francisco Di Pane permitieron obtener 16 nuevas variedades. 

VARIEDADES

Por otro lado, el trabajo en mejoramiento genético también tuvo un rol destacado en el crecimiento del cultivo. “En términos generales, el trabajo de mejoramiento de trigo sigue siendo el mismo que hace 100 años atrás, debido a que el objetivo principal es generar variabilidad y seleccionar las mejores cualidades de cada individuo”, destacó el especialista del INTA.

Sin embargo, en los últimos 20 años y gracias al avance de la tecnología aplicada se comenzaron a usar los marcadores moleculares, para identificar calidades industriales, resistencia a enfermedades y alelos que generan más o menos calidad. “Los marcadores moleculares, además de acortar muchísimo los tiempos de selección, permiten comprender mejor la genética de los materiales y buscar mejoras en calidad y sanidad”, indicó Di Pane.

Con este know how desarrollado en el sudeste bonaerense, la actividad de mejoramiento de trigo continúa con el foco puesto en aumentar los rendimientos.