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Anuario 2025: las inundaciones, un drama que desnudó la falta de infraestructura que sufre el campo

Millones de hectáreas en el centro y oeste de Buenos Aires estuvieron durante gran parte del año tapadas por el agua. Productores y pueblos aislados y un reclamo que volvió a repetirse: obras hidráulicas de fondo para que la tragedia no sea cíclica.

Lucas Mich
Por Lucas

Redactor en Infocampo.

En general, puede decirse que 2025 fue un año que cierra con un balance positivo para el agro. No obstante, siempre hay acontecimientos que pueden afectar de manera particular a algunas producciones, economías regionales o zonas geográficas.

Eso es lo que sucedió en gran parte del cento y oeste de Buenos Aires, fundamentalmente en la Cuenca del Salado, donde se sucedieron una serie de inundaciones que se configuraron como un verdadero drama productivo y social: dejaron millones de hectáreas bajo el agua, pueblos aislados y caminos rurales destruidos, entre otros daños. 

Esto, a su vez, desnudó una vez más la falta de infraestructura que sufre el sector, pese al multimillonario aporte realizado en los últimos años a través de los impuestos.

DIEZ MESES DE INUNDACIONES: UN DESGASTE DURÍSIMO

“Esto no terminó. Hay productores que hoy siguen con el agua igual que hace meses”, resumió Ignacio Kovarsky, productor ganadero de Trenque Lauquen y presidente de Carbap, en diálogo con Infocampo y al trazar el balance de un año que combinó altos rendimientos a nivel nacional con una crisis profunda y localizada en el corazón bonaerense.

Las inundaciones no solo dejaron pérdidas económicas directas. También provocaron un desgaste emocional y social difícil de cuantificar.

“El drama diario fue durísimo. Hubo gente que sufrió infartos por la angustia, familias enteras aisladas durante meses”, continuó el dirigente, poniendo en palabras una realidad que muchas veces queda fuera de los balances productivos.

En partidos como 9 de Julio, Carlos Casares y Bragado, las lluvias acumuladas de febrero y marzo —entre 600 y 700 milímetros— marcaron el inicio de un proceso que se agravó con napas altas, suelos saturados y una red vial rural colapsada.

Según datos del INTA Pergamino, la superficie bajo agua en algunos distritos llegó a multiplicarse por 13 en pocos meses, con partidos que alcanzaron más del 40% de su territorio anegado.

Pero incluso donde el agua no fue visible, el problema persistió. Falta de piso, imposibilidad de acceso y caminos intransitables dejaron a miles de hectáreas fuera del sistema productivo. “Para muchos productores, no poder llegar al campo es lo mismo que tenerlo inundado”, advirtieron los técnicos.

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INUNDACIONES: UN DRAMA MÁS ALLÁ DEL CAMPO

Uno de los aspectos más crudos de la crisis fue su impacto social. La inundación no afectó únicamente a los dueños de los campos, sino a toda la ruralidad.

“Esto no es un problema de un productor que no puede sembrar. Es un problema de pueblos enteros”, subrayó Kovarsky.

Durante meses, familias que viven en el campo no pudieron llevar a sus hijos a la escuela, acceder a un médico o mantener su trabajo. Hubo maestras rurales que no pudieron dar clases durante todo el año, empleados que perdieron su empleo por no poder trasladarse y pequeñas localidades prácticamente aisladas del resto del distrito.

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Ignacio Kovarsky, presidente de Carbap

Ese entramado social golpeado expuso que las inundaciones son mucho más que un fenómeno climático: son una crisis de servicios básicos, conectividad y presencia del Estado en el interior productivo.

GANADERÍA EN EMERGENCIA Y AGRICULTURA RECORTADA

La ganadería fue el primer sistema en sentir el impacto. Los bajos, naturalmente más vulnerables, quedaron bajo agua durante meses.

Las vacas terminaron refugiadas en rastrojos agrícolas, pero ahora esos lotes se necesitan para sembrar y no hay a dónde llevar la hacienda”, explicó el ingeniero agrónomo Emanuel Leno, asesor de la Regional Aapresid 9 de Julio–Carlos Casares.

“Hay una resiliencia enorme”: productores ensayan estrategias para dejar atrás las inundaciones

Muchos productores debieron vender vientres, trasladar animales a campos vecinos o resignar parte de su rodeo. Donde el agua bajó, el problema continuó: suelos desnudos, pérdida de pasturas y aparición de salinidad. “Rearmar una cadena forrajera va a llevar tiempo”, enfatizaron los técnicos.

En agricultura, el recorte de superficie fue contundente. En algunas zonas, solo se pudo sembrar el 35% del área habitual. El trigo cayó hasta un 70% respecto de un año normal y el maíz temprano apenas alcanzó el 30% de lo planificado. La campaña 2025/26 llegó así con mayores costos, decisiones forzadas y manejos defensivos.

TECNOLOGÍA PARA SOBREVIVIR, NO PARA CRECER

En ese contexto adverso, la tecnología apareció como una herramienta de supervivencia más que de expansión. La imposibilidad de entrar a los lotes obligó a recurrir a aplicaciones aéreas y, cada vez más, a drones.

Los drones permiten trabajar con precisión en sectores aislados donde no hay acceso terrestre”, explicó Leno, aunque aclaró que los costos son más altos y la oferta todavía limitada.

El control de malezas se encareció notablemente: sin aplicaciones a tiempo, los tratamientos de rescate llegaron a costar hasta 40 dólares por hectárea, con menor eficacia. La resiliencia productiva fue enorme, pero tuvo un precio.

Los números terminan de dimensionar la crisis. Un informe de Carbap estimó en 3,8 millones las hectáreas afectadas en la provincia de Buenos Aires, dentro de una cuenca del Salado que abarca unas 17 millones de hectáreas. De ellas, cerca de dos millones estaban directamente inundados o anegados hacia noviembre.

“La situación es de las más graves que se recuerden. Y lo peor es que no es nueva”, advirtió la entidad, que volvió a reclamar la finalización del Plan Maestro del Río Salado como condición indispensable para evitar que la historia se repita.

El enojo de los productores fue tal que llegó a generar protestas en algunos municipios.

“Estamos hartos”: fuerte protesta de productores frente al municipio de 9 de julio por las inundaciones

LA DESIDIA COMO ENEMIGO ESTRUCTURAL

Para Kovarsky, el mayor desafío no es técnico, sino político. “Las obras hay que hacerlas, porque si no esto va a volver a pasar”, insiste. La experiencia indica que, cuando llega la sequía, las inundaciones se olvidan, los fondos se desvían y las promesas se diluyen.

“Yo no doy nada por sentado. Si dejamos de insistir cuando el agua baja, esto no se hace”, advierte. Por eso, la dirigencia rural apuesta a sostener el reclamo incluso fuera de la emergencia, revisando presupuestos, ejecución de obras y compromisos concretos a nivel municipal, provincial y nacional.

La paradoja de 2025 fue que, mientras el centro bonaerense luchaba contra el agua, el agro argentino vivía uno de sus mejores años productivos tras la sequía. Hubo más pasto, más leche, precios históricos de la carne y una campaña de trigo que superó todas las expectativas.

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“El campo está listo para dar un salto productivo enorme”, recordó Kovarsky. Pero subrayó que ese salto es imposible sin infraestructura básica. “No hablamos de ciencia ficción. Son canales, caminos y obras hidráulicas elementales”, remarca Carbap.

UNA ADVERTENCIA QUE NO DEBERÍA OLVIDARSE

De este modo, el anuario deja una conclusión clara: las inundaciones de 2025 no fueron solo un fenómeno climático, sino una advertencia estructural. El agua expuso de manera brutal una deuda histórica del Estado con el interior productivo, una deuda que no se salda con parches ni emergencias, sino con planificación y obras sostenidas en el tiempo.

Mientras el barro se seca lentamente en algunos campos y en otros todavía no, productores, técnicos y pueblos enteros siguen esperando que esta vez el aprendizaje no se diluya. Porque, como advierten desde el ruralismo, “las inundaciones no esperan, y la producción tampoco”.

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