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El lupín quiere volver

La FAO y Ecuador realizan un simposio para fomentar la leguminosa y el consumo de todas las legumbres en América Latina y el Caribe.

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Por Infocampo

En las últimas décadas, en América Latina y el Caribe, la producción de legumbres se ha trasladado hacia zonas de secano, lo que ha generado una caída en los rendimientos, competitividad, volúmenes producidos y el número de productores que las cultivan.

“Las legumbres enfrentan competencia con cultivos más comerciales y de exportación que ocupan las áreas con mejores suelos y riego”, señaló hoy la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Asimismo, también ha caído el consumo de legumbres. “Actualmente existe un cierto estigma social que asocia este alimento a los estratos más pobres de la sociedad, hecho reforzado por la falta de educación e información sobre sus beneficios alimentarios y su gran potencial agrícola”, lamentaron desde la FAO.

“Las nuevas generaciones están perdiendo el conocimiento de las formas de producción, consumo y preparación de las legumbres. Se trata de un tesoro latinoamericano que está en riesgo”, explicó Allan Hruska de la FAO, destacando la importancia de revindicar los alimentos nativos y nutritivos frente a la presión comercial de la “comida chatarra”.

Vale recordar que 2016 es el Año Internacional de las Legumbres, por eso la FAO ha trabajado con gobiernos y asociaciones de productores para revalorar y reposicionar las mismas como alimentos estratégicos para la seguridad alimentaria y superación de la pobreza rural.

Lupín: un tesoro nutricional, ambiental y estético

El gobierno de Ecuador y la FAO impulsaron la investigación científica sobre el lupín; lupino, tarwi o chocho, Lupinus mutabilis, única leguminosa de grano comestible originaria de los Andes, a través de un simposio regional que se está llevando a cabo en Quito desde el 29 de noviembre al 1 de diciembre, con participación de productores y profesionales de Perú y Bolivia.

El cultivo del lupino se desarrolla en diferentes sistemas de producción desde Ecuador hasta Chile y el noreste de Argentina, ya que tiene alta tolerancia a suelos pobres, sequías y bajas temperaturas, además de poseer flores de gran belleza y valor decorativo.

Junto con otros cultivos de origen andino, el lupino jugó un rol importante en los sistemas de producción alto-andinos y en la alimentación de la población indígena antes de la conquista española.

Desde el punto de vista agronómico, es reconocido como una de las legumbres más eficientes en la fijación del nitrógeno atmosférico –y por ende uno de los mejores abonos verdes.

En la alimentación, el lupino se puede utilizar en un sinnúmero de formas, tanto en grano entero y procesado como en preparaciones saladas y dulces. Su contenido nutricional incluye proteínas (51%), fibras (13%), calcio (0,37%), hierro (61 ppm), zinc (92 ppm) y grasas (21,9 %).

Según el conocimiento popular y los saberes ancestrales, sus usos medicinales incluyen la disminución de los dolores musculares al aplicar emplastos y la eliminación de los parásitos externos de los animales.

En la literatura actual, se reconoce que previene el estreñimiento, reduce el colesterol y la presión sanguínea. Estudios clínicos realizados en Ecuador, reportan que tanto el grano desamargado como los extractos de alcaloides tuvieron efecto en la disminución de los niveles de glucosa en pacientes con diabetes mellitus tipo II.

Tradicionalmente, los agricultores lo siembran asociado con otros cultivos, sin que requiera labranza, entre los 2800 a 3500 metros de altitud en zonas con baja precipitación, en ciclos de cultivo que oscilan entre 180 a 240 días.

“El lupino es sólo un ejemplo del enorme patrimonio cultural, agrícola y nutricional que representan las legumbres de la región, y que ha sido preservado por los agricultores familiares”, explicó Hruska, agregando que su diversidad genética proporciona al lupino la posibilidad de adaptarse al cambio climático.

Agricultores familiares: guardianes de las legumbres

Según la FAO, los agricultores familiares son quienes aún preservan el saber y las costumbres que los gobiernos requieren para recuperar las legumbres de la región.

La agricultura familiar en la región no ha perdido la cultura de producir legumbres, manteniendo redes de intercambio de semillas a nivel de productores y prácticas ancestrales de manejo, las cuales requieren apoyo estatal para su continuidad.

El clima en muchas partes de la región posibilita la producción de legumbres con calidad y diversidad en poco tiempo, lo que permite a los agricultores generar ingresos de forma más rápida.

Las legumbres cumplen un rol importante como una alternativa productiva para zonas con terrenos marginales y de secano, permitiendo la recuperación de suelos degradados.

Gracias a su capacidad de adaptación a todo tipo de suelos y la relativa falta de cuidados que requieren, las legumbres son un insumo clave para los agricultores, ya que como fijadoras de nitrógeno, aportan abonos verdes que permiten la recuperación y conservación de los suelos.

Las legumbres cuentan además con una gran diversidad genética y pueden ser muy atractivas para los consumidores si cuentan con la información necesaria, lo que requiere ampliar la divulgación de sus propiedades, preparaciones y beneficios nutricionales.

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