La historia productiva de la familia Gallie es también parte de la historia de la ganadería patagónica. No se trata solo de un linaje de productores, sino de más de 140 años de trabajo continuo sobre un ambiente desafiante, donde cada generación debió reinterpretar cómo producir sin agotar el recurso.
Hoy, Juan y Esteban Gallie, cuarta generación al frente de la empresa familiar, administran más de 121.500 hectáreas en Chubut y Santa Cruz, con producción ovina y vacuna basada en el cuidado de los pastizales naturales y la convivencia con la fauna silvestre.
El origen del proyecto se remonta a 1878, cuando John Hamilton, bisabuelo de los actuales administradores, dejó Escocia con apenas 20 años para embarcarse rumbo al Atlántico Sur. Tras trabajar en las Islas Malvinas y luego en Punta Arenas, comenzó a construir una plataforma productiva que se expandió mediante alianzas, alquileres y compras de tierras en Argentina y Chile.
Uno de los hitos fundacionales fue el llamado “Gran arreo” de 1888/89, una travesía de un año y medio desde Fortín Conesa, en Río Negro, hasta Río Gallegos, con miles de ovejas, atravesando ríos, enfrentando depredadores y explorando rutas que luego serían utilizadas por otros productores.
“Ese arreo marcó mucho más que una expansión territorial: fue el inicio de una forma de entender el campo, el esfuerzo y el ambiente patagónico”, resume Esteban Gallie, al repasar una historia que atravesó generaciones. Tras John Hamilton, el negocio continuó con Andrew Gallie, luego con Alexander, más tarde con Andrés y Ray, hasta llegar a la actualidad, donde la cuarta generación tomó la posta con una mirada renovada.
EL PUNTO DE QUIEBRE
El cambio de rumbo productivo no fue abrupto ni impulsado por una moda. En los años 80, el padre de los actuales administradores comenzó a advertir señales claras de sobrepastoreo y pérdida de productividad. En una región donde históricamente se buscó aumentar carga para sostener la rentabilidad, la familia Gallie empezó a preguntarse si ese camino era sostenible.
“Mi padre ya nos hablaba del sobrepastoreo cuando todavía no era un tema instalado. Se veía que el campo estaba sobrecargado y que la productividad empezaba a caer”, recuerda Esteban. A partir de esas observaciones, comenzaron a medir pastizales, ajustar cargas y tomar decisiones pensando en el largo plazo, cuando aún eran prácticas poco habituales en la Patagonia.
Con el tiempo, ese enfoque derivó en la adopción de esquemas de ajuste variable y, más adelante, en la implementación del manejo holístico. El cambio conceptual fue profundo: dejar de pensar cuántos animales necesitaba el sistema para producir determinada cantidad de lana y comenzar por definir qué podía ofrecer el campo sin degradarse. “Hoy primero miramos la capacidad del campo. Después viene todo lo demás”, sintetiza Esteban.
DEL MANEJO EXTENSIVO A LA PLANIFICACIÓN
Las primeras experiencias concretas con manejo holístico comenzaron en 2009, en la Estancia Morro Chico, en un sector con muy poca infraestructura y limitaciones hídricas. El objetivo inicial fue salir del pastoreo continuo y generar descansos en los potreros. “Arrancamos con muy pocos recursos, casi sin divisiones ni agua. Fue un proceso de prueba y error que nos llevó años entender bien”, admite el productor.
La implementación requirió inversiones sostenidas en alambrados, aguadas y corrales, pero también un cambio cultural dentro del equipo de trabajo. La observación permanente del pastizal, del animal y de su comportamiento se volvió central.
“Antes se pensaba cuántos animales necesitabas para lograr tantos kilos de lana. Hoy se trabaja al revés: primero el campo, después el animal”, explica Esteban.
Alexander Galli, abuelo de Esteban y Juan, junto a amigos en Santa Cruz, década de 1920. Crédito: archivo familia Gallie.
Ese aprendizaje se fue consolidando con el tiempo. La mejora en bienestar animal, la suplementación estratégica y la selección genética comenzaron a alinearse con el objetivo central de regenerar el ambiente. “Son más de 25 años de trabajo, de cometer errores, de invertir y de ajustar detalles. Todo eso hoy se ve reflejado en el estado del campo y en los animales”, afirma.
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RESULTADOS PRODUCTIVOS EN CONTEXTO ADVERSO
Los cambios implementados comenzaron a mostrar resultados incluso en escenarios climáticos complejos. Campos que en los años 90 llegaron a albergar 20.000 ovejas hoy trabajan con cargas sensiblemente menores, pero con mejores indicadores por animal y mayor estabilidad productiva.
“En uno de nuestros campos bajamos la carga a 7.800 ovejas y 350 vacunos. Antes parecía una locura, pero hoy vemos un campo mucho más sano y una producción más previsible”, señala Esteban. Esa estrategia permitió, por ejemplo, atravesar cuatro años de sequía en el rodeo vacuno con buenos resultados: reducción de carga, 92% de marcación y terneros de seis meses con un promedio de 200 kilos.
En ovinos, los números también acompañaron. “Este año logramos 104% de señalada y una lana de muy buena calidad, 20 micras con 69% de rinde al peine, después de un invierno durísimo. Eso no es casualidad, es el resultado de un paquete de medidas aplicadas de manera coherente”, destaca.
PRODUCCIÓN Y FAUNA: UN SISTEMA QUE SE INTEGRA
Uno de los pilares del modelo productivo de la familia Gallie es la convivencia planificada con la fauna silvestre. Lejos de verla como una amenaza, la biodiversidad es entendida como parte del sistema. “Primero cuidamos los pastizales, después el bosque nativo, luego las aves y la fauna. Fue un trabajo en capas, de ir tomando conciencia del lugar que ocupamos”, explica Esteban.
Decisiones que antes eran habituales en la región, como el uso de trampas para zorros, fueron abandonadas. Hoy, la planificación productiva contempla la presencia de choiques, avutardas y guanacos.
“Incluso empezamos a considerar el pasto que consumen en nuestros cálculos. Es un desafío, pero forma parte de entender el sistema completo”, agrega.
CERTIFICACIÓN, MERCADO Y UNA HISTORIA QUE AGREGA VALOR
El trabajo en manejo regenerativo y conservación encontró un respaldo clave en la certificación Wildlife Friendly™ para su lana merino, obtenida junto a WCS Argentina. El proceso implicó auditorías, cambios de hábitos y un fuerte compromiso del equipo.
“La certificación tiene un costo enorme, no solo económico, sino cultural. Pero también tiene la virtud de contar una historia real de lo que hacemos”, sostiene Esteban.
Esa historia es la que la familia busca transmitir a marcas textiles y diseñadores que compartan los mismos valores. “Nos interesa dialogar con empresas que quieran conocer el campo, ver cómo producimos y entender todo lo que hay detrás de esta lana”, afirma. En un contexto donde la producción lanera patagónica retrocede y el territorio se despuebla, el objetivo es generar incentivos que sostengan la actividad.
“Quien viene a la Patagonia se enamora del paisaje, de la gente y de la cultura. Eso es lo que tenemos que conservar. Ese es nuestro verdadero valor agregado”, concluye Esteban Gallie, sintetizando una visión productiva que mira al pasado para proyectarse hacia el futuro.
