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Stanley Thompson: "Cargar al agro de impuestos le quita competitividad"

El economista estadounidense, experto en temas agrícolas y comercio internacional, analiza la situación argentina y explica las razones de un nuevo fracaso de la Ronda de Doha. Entrevista exclusiva para El Federal.

El economista estadounidense, experto en temas agrícolas y comercio internacional, analiza la situación argentina y explica las razones de un nuevo fracaso de la Ronda de Doha. Entrevista exclusiva para El Federal.
infocampo
Por Infocampo

El estadounidense Stanley Thompson, especialista en temas agrícolas y comercio internacional, estuvo en Thompson en Buenos Aires para dictar un seminario en la Universidad de Belgrano cuando un nuevo fracaso de las conversaciones de la OMC todavía está fresco. En su decepción por este resultado y en su visión de la realidad agroeconómica argentina, de la cual reconoce no estar del todo interiorizado, se vislumbra en qué lado téorico se apoya.

– ¿Cómo puede explicar el final abrupto de la cumbre de julio en Ginebra?

– Como pocas veces desde aquella primera reunión en Doha, Qatar, que le dio el nombre a la Ronda, Pascal Lamy, director general de la OMC, estaba realmente optimista respecto de llegar por fin a un acuerdo para seguir liberando el comercio, reducir las barreras al comercio. Pero todo se cayó por un problema eminentemente técnico. Las discusiones tienden a tener a los países desarrollados de un lado (básicamente Estados Unidos y Europa) y los países en desarrollo, del otro. Hubo acuerdo en los países en desarrollo en reducir los aranceles en productos manufacturados, y entonces los países desarrollados acordaron reducir los subsidios. Hasta que surgió la discrepancia de India, apoyada por China, y quizá incluso Argentina, no estoy seguro. Ocurrió que India aceptó bajar aranceles para satisfacer a Estados Unidos y Europa, pero asimismo arguyó que si los reducía demasiado habría una invasión de importaciones y se perjudicarían los productores locales. Su intención fue implementar un mecanismo de salvaguarda y no hubo manera de llegar a un acuerdo sobre una brecha razonable para las dos partes. Ese tecnicismo arruinó toda la negociación.

– De todos modos, Lula Da Silva, cuyo país ubicó su postura bien cerca de los países desarrollados y hasta provocó una controversia con la Argentina, insistió recientemente con que la discusión puede resurgir…

– Sinceramente, no estoy ni cerca de ser optimista, aunque no digo que no vaya a pasar. La resurrección va a requerir liderazgo de parte de muchos países, especialmente de Estados Unidos y Europa, y no veo que llegue demasiado rápido. Menos cuando en mi país tenemos una elección en noviembre. El candidato republicano, John McCain, aboga mucho por el libre comercio. Por el contrario, el candidato demócrata, Barack Obama, es casi anti-libre comercio. A esto se le suma que quien sea elegido ya no tendrá un instrumento del que dispuso mucho tiempo George W. Bush para promover el comercio, conocido como Fast Track Authority (Autoridad de Vía Rápida), que facilitaba el accionar de los negociadores estadounidenses en la OMC. Ya fuere con McCain o con Obama, cualquier proyecto podrá ser ahora modificado por el Congreso y se hará muy difícil llegar a acuerdos. Por eso digo que las chances de resurrección son pocas. Tenemos libre comercio en gran parte del mundo, salvo en agricultura. La esperanza es conseguirlo, porque en los últimos cincuenta años mucha gente vio los beneficios.

– Desde esa posición, ¿cómo tomó que India y China, dos países de los cuales tanto se marca su apertura económica, hicieran fracasar la cumbre?

– Apoyo el libre comercio porque soy economista y veo el comercio desde una visión angosta, que es la económica. Estoy seguro de que el 99 por ciento de los economistas opinan que el libre comercio benefician a todos. Pero entiendo perfectamente que hay muchas otras dimensiones: políticas, sociales, ambientales. Espero que los países del mundo que hablan a favor del libre comercio sean sinceros y lo lleven a cabo, y vean los beneficios de llevar a la Ronda de Doha a un final exitoso, que repercutiría en 130 billones de dólares anuales en comercio para la economía. El mundo bien podría considerar útil ese dinero. El hecho decepcionante es que no se lo vea.

– Sin embargo, según estimaciones del Banco Mundial, la eliminación de las restricciones no haría crecer a los países en desarrollo en más del 1 por ciento…

– No estoy al tanto de ese informe, me remito a los datos recabados por Pascal Lamy. En cualquier caso, está claro que el planeta no se va a derrumbar, pero es un costo que no se puede ignorar. Personalmente espero que las cosas se recompongan. Pero veo que las políticas dentro de países como Estados Unidos y mismo los cambios políticos en Europa no están muy interesados en que las cosas vayan para adelante. De hecho, el sentimiento más grande es a favor del proteccionismo, y de incentivar los acuerdos bilaterales o regionales en oposición a acuerdos multilaterales. Algunos sienten que eso es suficiente.

– Siguiendo su posición no apocalíptica, ¿cuán grave considera la actual crisis por la inflación mundial de los alimentos?

– Sin dudas, es un problema, y siempre en estos casos hay mucha gente que se beneficia y otra gente que pierde. El productor agropecuario quiere precios altos. El consumidor, todo lo contrario. Y en el mundo tenemos más consumidores que productores. El equilibrio es muy difícil, entonces se lastima a mucha, mucha gente, sobre todo de bajos ingresos, y de países en desarrollo. Pero al mismo tiempo esos países necesitan precios altos para sus productos. Entonces, dónde nos deberíamos ubicar, no lo sé. Los biocombustibles son considerados muchas veces responsables por estos desequilibrios, como la industria del etanol, que a partir del año próximo en Estados Unidos se considera ocupará un tercio de los cultivos de maíz. Cuando se toma tanto del consumo de comida para alimentar motores se genera un impacto profundo.

– En todo este contexto, se insiste con que, sobre todo a partir del vigente conflicto del sector agropecuario con el Gobierno, la Argentina está perdiendo una gran oportunidad en el comercio mundial. ¿Usted también lo ve de esa manera?

– No me atrevo a hablar en profundidad sobre lo ocurre en la Argentina, mi opinión es, otra vez, desde lo puramente económico. Diría que cuando se tiene una industria que puede ser muy competitiva en el mercado mundial, como la carne argentina o los cereales, hay que tratar de asistirla, en lugar de cargarla de impuestos, porque eso reduce competitividad. A largo plazo, a medida de que aumentan los impuestos hay menos inversión en tecnología. Por otro lado, entiendo la necesidad de mantener los precios bajos, sobre todo para las personas más necesitadas. Pienso que se está lastimando una industria y dependiendo demasiado de la agricultura para ayudar a combatir la inflación u otros problemas, cuando podría ser apoyada en un sentido más amplio y no ponérsela tanto sobre los hombros. Existen otras industrias, como el petróleo, que también pueden pagar altos impuestos por exportación. El tema acaso no sea tan estrecho como yo lo puedo ver, pero como un economista pro-comercio veo los grandes beneficios de reducir aranceles, tarifas y otros tipos de intervenciones en el mercado, entonces no me gusta nada de eso. La sociedad entera, productores y consumidores, se benefician cuando se eliminan esas barreras.

(entrevista publicada en la edición de hoy de El Federal)

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