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Una mirada histórica: el rol que jugaron los ex presidentes argentinos en un país en formación

Juan Bautista Alberdi expresó en sus escritos la preocupación por el papel que podían jugar los ex jefes de estado una vez alejados del poder. Un buen momento para mirar el pasado y compararlo con el presente.

Juan Bautista Alberdi expresó en sus escritos la preocupación por el papel que podían jugar los ex jefes de estado una vez alejados del poder. Un buen momento para mirar el pasado y compararlo con el presente.
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Por Infocampo

Es sabido que la Constitución Nacional de 1853 fue redactada siguiendo las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, que Juan Bautista Alberdi escribió en abril de 1852, no bien se enteró del triunfo del general Justo J. de Urquiza sobre Juan Manuel de Rosas en la Batalla de Caseros.

Los constituyentes reunidos en Santa Fe transcribieron en forma textual la idea de Alberdi respecto a que los presidentes debían permanecer seis años en sus mandatos y a que podían ser reelegidos siempre que mediara el intervalo de un período de esa misma duración. Cuando en 1994 se realizó la última reforma constitucional, se modificó ese artículo reduciendo el tiempo presidencial a cuatro años con la introducción de la reelección inmediata.

Sin dudas, los constituyentes de finales del siglo XX no profundizaron demasiado en el pensamiento de Alberdi, sobre todo en sus reflexiones posteriores en las que el prócer hizo una autocrítica precisamente en este tema.

En 1879, en el final de la presidencia de Nicolás Avellaneda y en plena campaña política para su sucesión, Alberdi escribió: ‘Los ex presidentes han venido a ser el mal principal de la República Argentina. Lo primero que desea el que ha gozado de poder algunos años, sea como rey o emperador, o presidente o gobernador, es seguir siéndolo indefinidamente; o volver a serlo, si la posesión ha sido interrumpida’.

Para fundamentar su afirmación, Alberdi repasa las dos presidencias anteriores y se refiere al levantamiento armado que lideró Bartolomé Mitre al término del mandato de Domingo F. Sarmiento, en 1874. Su reflexión se parece bastante a un trabalenguas político, pero vale la pena leerlo con atención.

‘¿Qué fue la revolución de 1874?’, se pregunta Alberdi. Y responde: ‘La guerra entre dos ex presidentes. Uno que quería ser reelegido presidente, habiendo pasado el intermedio de un período desde que dejó de serlo (éste era Mitre), y el otro, que ya por considerarse ex presidente, por estar pasado el período de su presidencia, darse un sucesor que le asegurase el regreso a la presidencia para después de pasado el intervalo de un período’ (éste era Sarmiento).

Y continúa: ‘Los dos ex presidentes (Mitre y Sarmiento), que en 1874 se pelearon por su ambición al goce perpetuo del primer puesto de la república, se han reconciliado en vísperas de fenecer la actual presidencia (la de Avellaneda), con la mira de dividirse la presidencia próxima a venir, bajo el patronato del presidente próximo a ser ex presidente’. En este caso se refería a Julio A. Roca, presidente electo en 1880 y que fue reelecto para el período 1898-1904, confirmando una vez más la hipótesis.

¿Cuál es la salida que propone Alberdi? Primero admite la culpa, asumiendo que él había escrito el artículo de la Constitución que permitía la reelección con el intervalo de un período.

Después, concluye: ‘Si tuviese yo que escribirlo de nuevo o reformarlo, lo redactaría de esta forma: El presidente y vicepresidente durarán en sus empleos el término de seis años, y no pueden ser reelegidos en ningún caso ni en ninguna forma. (‘¦) Es preciso abolir del todo el principio de la reelección. Que el que ha sido presidente no pueda volver a serlo en su vida. Continuará el abuso de su influjo oficial en otra forma, pero será menor y menos capaz de dañar a la paz pública’.

Enseñanzas de la historia que pueden servir para las reflexiones del presente sobre cuestiones que, como se ve, vienen de antiguo. Porque, como también escribió Alberdi, se corre el riesgo de eternizar los errores, si se los confunde con las personas que los encarnan.

Por Araceli Bellotta, Historiadora

(Artículo publicado en la edición de hoy de El Federal)

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