El problema del aumento de los precios de los alimentos es una idea fija que desvela al Gobierno, que está dispuesto a volver viejos métodos para controlarlos. En este sentido, el mejor ejemplo es la carne.
Desde el comienzo del año, el presidente Alberto Fernández sigue atento la evolución del comercio de este producto y también se reúne con actores de la cadena para interiorizarse a fondo.
Durante la firma del primer acuerdo de precios, a finales de enero de este año, el presidente admitía, con un desliz revisionista: “Celebro que puedan exportar, pero les pido que cuiden el bolsillo de los argentinos”.
Entonces, el máximo mandatario rubricaba un acuerdo con las cámaras de frigoríficos, carnicerías y supermercados, por el que se rebajaban hasta un 30 por ciento los precios, con relación a los valores promedios del mes de diciembre de 2020.
Con agua calmas hasta finales de marzo, pero con un presión creciente de la inflación que viene a un ritmo de 4% mensual, la carne volvió el centro de la escena.
Recientemente, el presidente insistía, cambiando el tono: “Celebro que la carne argentina sea tan demandada. Lo que no celebro es que la carne de los argentinos, los argentinos la paguemos como la pagan en Francia, en China o en cualquier latitud del mundo”. Una frase había dicho un tiempo antes en un comparativa con Alemania.
Esta afirmación la sostuvo cuando encabezó la reunión del Consejo Federal Argentina contra el Hambre, a inicios de este mes.
Finalmente, este martes, fue contundente, tras el interés del Gobierno de cerrar el comercio exterior de carne por 30 días y ante la idea de que la comercialización se “desmadró”.
“Entre 2015 y 2019 se le dio total apertura al sector, -los productores- no aumentaron la cantidad de toneladas faenadas, no aumentaron la cantidad de cabezas de ganado. Lo único que aumentó fue el precio de la carne que pasó de $250 a $800 el kilo de asado“.
