Cuando apenas comenzaba el conflicto agropecuario, la fotografía de la dirigencia rural reflejada por los diarios incluía cuatro figuras excluyentes: los titulares de la SRA, Federación Agraria, CRA y Coninagro. Cuatro meses después, mientras el Senado rechazaba la Resolución 125, la foto mediatizada de los ‘líderes del campo’ había incorporado claramente un quinto jinete: el combativo Alfredo de Angeli.
¿Qué sucedió entonces para que este chacarero de acento campechano y manos agigantadas se transformara en el icono indiscutido de la protesta? Desde el punto de vista de la comunicación de masas, estamos frente a la instalación mediática de un ‘emergente social’. Pero, en términos técnicos, De Angeli no es el gran mensajero del campo. En rigor, es el gran mensaje del campo. En especial, si se lo enmarca en la temeraria caracterización de ‘oligarquía vacuna’ formulada oportunamente por el kirchnerismo.
Es probable que, al igual que Juan Carlos Blumberg en su momento, Alfredo de Angeli no haya planeado estratégicamente convertirse en la cara visible de un reclamo de ribetes políticos y alcance nacional. En verdad, fueron las circunstancias históricas las que lo pusieron allí.
Justamente, los ‘emergentes’ aparecen cuando nadie los prevé; emergen a la superficie de la opinión pública ante la falta de ‘dirigentes’ capaces de representar a cabalidad ciertas banderas colectivas o intereses sectoriales. Y ello es exactamente lo que le sucedió a este tosco productor de Gualeguaychú. Su estilo frontal y su discursividad ronca e imperfecta lo convirtieron en el más contundente mensaje de campo argentino. Nadie mejor que De Angeli para simbolizar al campesino enojado y decidido a enfrentar al Gobierno Nacional.
Como suele suceder en estos casos, la intensiva exposición ante las cámaras de televisión resultó clave: lo convirtió en un ídolo popular, genuino y reconocible, de altísimo valor icónico. Así, la imagen de este productor de 51 años tiene hoy asignada una serie de valores que hasta probablemente lo excedan: liderazgo, transparencia, credibilidad, inteligencia y coraje a prueba de balas. Casi un superhéroe, pobre De Angeli.
Por Gustavo Martínez Pandiani, decano de Comunicación Social de la USAL
(artículo publicado en la edición de hoy de El Federal)