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El costo de improvisar

La irreparable pérdida de 50 vidas y más de 600 heridos en el inexplicable accidente del tren que “no frenó”, en la Estación Terminal de Once.

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Por Infocampo

Es difícil que, haciendo las cosas mal, se logren buenos resultados, y esta semana hubo un lamentable ejemplo: la irreparable pérdida de 50 vidas y más de 600 heridos en el inexplicable accidente del tren que “no frenó”, en la Estación Terminal de Once.

¿Había que llegar a tanto para enterarse que los controles no existen o no funcionan, que la corrupción corta “transversalmente” todos los estamentos y que la desinversión tiene costos muchísimo mayores que los aparentes?

¿Era necesario tanto dolor y sufrimiento para asumir la necesidad de “humanizar” los negocios, aunque sean oficiales, y mucho más si son públicos?

¿Hacía falta un accidente de tal magnitud para saber que habitualmente “viajan” más de 600 personas en dos vagones, y por lo tanto lo hacen en peores condiciones que los animales?

Por supuesto que lo mediático del asunto va a pasar y es probable que, como tantas otras veces, se diluya con el único recuerdo de los deudos y de los que van a quedar física y emocionalmente marcados para siempre.
Sin embargo, podría servir. Tal vez, del luctuoso hecho se podrían sacar enseñanzas para no caer otra vez en lo mismo, para corregir y mejorar en todos los planos, porque el problema del transporte es el mismo para la gente y para los bienes, aunque siempre la mayor pérdida, e irreparable, es la de la vida humana. Pero también hay otras.

Las pocas rutas que hay están deshechas y prácticamente no existen las autopistas, por lo que la convivencia obligada del transporte de carga con los autos particulares es casi explosiva.

Las vías férreas casi desaparecieron desde los ’90, cuando la famosa frase: “ramal que para, ramal que cierra”. Y pararon casi todos. Si no están en terapia lo pusieron en pie para que caminen con “carpa de oxígeno”, como el mesopotámico, ex Urquiza, que descarrila cada 20 km. ya que no se repusieron ni renovaron vías.

Hasta la Hidrovía está colapsada y con obras de mantenimiento demoradas. Al punto que cada dos por tres queda inhabilitada, como en estos días, por varamientos de buques ante la falta de dragado, balizamientos incompletos, etc.

Tampoco hace falta hablar del estado del material rodante. Es un enigma como todavía pueden circular algunos, y más aún el hecho de que tanto en los peajes (de las escasísimas autopistas que hay) como en los puestos camineros o de Gendarmería no los detienen por estas causas.

¿Hace falta volver a explicar que el transporte camionero es el más costoso y contaminante? Sin mencionar el hecho de que Argentina, que presenta uno de los mayores desequilibrios entre los distintos tipos de transporte (camión, ferrocarril, barcazas), prácticamente le dio al gremio de Moyano un voluminoso mercado cautivo servido en bandeja: el agropecuario.

Sólo en materia de granos, anualmente se hacen más de 3 millones de viajes por camión hacia los mercados e industrias. A esto se agrega el transporte de leche, de hacienda, de frutas, de verduras, y luego “la vuelta” de los alimentos procesados a los mercados de consumo y a los puertos.

Un poder casi infinito (igual que los ingresos), pero también una de las mayores fuentes de contaminación que, además, daña los pocos caminos asfaltados que tiene el país (apenas unos 60.000 km. sobre cerca de 500.000 km. de tierra y ripio), con un costo excesivo en combustible, cuando el tren es mucho más económico y limpio, y más aún el transporte fluvial.

De todos modos, cualquiera sea el sistema adoptado, no va a funcionar si no existen distintos controles periódicos (y serios) y, además, incentivos para invertir.

Caso contrario, se van a romper, perderán su carga, no frenarán (como ocurrió la semana pasada cuando un camión mató a tres personas en una cabina de peaje) o será otro tren de Once. Aumenta geométricamente el riesgo, y los costos hasta lo irremediable.

No hay mucho que inventar. Todo está escrito y sabido. Sólo hay que ponerse en marcha, manos a la obra y no hacerse más los distraídos.

A principios de febrero la columna de Campo 2.0 se llamó “La costosa política del después”, y allí se señalaba que “hay “irresponsabilidades” concurrentes, y nadie hasta ahora parece sacar la cuenta sobre cuánto más cara es la política de tratar de solucionar los problemas “después”, en lugar de prevenirlos”.
Tras lo del tren, hay muy poco para agregar.

*Periodista agropecuaria

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