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En la Reserva de Ñancuñan, la harina de algarroba amasa un futuro para 500 familias

El algarrobo no solo da buena madera y ayuda a hacer más fértiles las tierras: su fruto tiene potencial forrajero y para consumo humano. Una experiencia del INTA en Mendoza trabaja para sacarle más jugo a este alimento natural.

Uno de los talleres de capacitación sobre la algarroba
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Por Infocampo

Por Carla Luna

Desde fines del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, se produjo en Mendoza, Catamarca, La Rioja y San Juan una intensa deforestación de bosques de algarrobos, que estuvo acompañada por la explotación industrial.

Sucede que se encontró en la madera de este árbol, la materia prima ideal para durmientes de vías de tren, carbón, leña y postes para el sistema de conducción de los viñedos.

Fue en la década de 1970 cuando se observó a esta tala como una afección al ecosistema regional y, por ello, prácticamente se prohibió el uso de su madera con fines industriales, para que también esta especie pudiera cumplir sus otras funciones claves: como ayudar a la generación de pasto y tierra fértil en sus alrededores, y sombra en zonas áridas y desérticas, ambos factores aprovechables por la ganadería.

Y también hay otra función del algarrobo que a menudo no es muy mencionada: su fruta, la algarroba, sirve de alimento, a partir de su transformación en harina.

EL ALGARROBO COMO ALIMENTO

En este marco, existe en Mendoza la Reserva Ñacuñan, que posee 12.600 hectáreas protegidas de bosque nativo de algarrobo, y fue declarada reserva natural en 1961, quedando luego incorporada a la red mundial de reservas de Biosfera (UNESCO) a partir de 1986.

En ese espacio viven familias que, antes de la pandemia, iniciaron la capacitación organizada por el Programa de PRO Huerta del Ministerio de Desarrollo Social y la Agencia de Extensión Rural (AER) Santa Rosa, de la Estación Experimental Agropecuaría de Junín de los Andes.

“El algarrobo dulce da una vaina que tiene un recurso forrajero que puede servir para alimentación animal, pero también sirve para la elaboración de harina. Es una planta adaptada para la zona de secano que crece con poca agua. Nos da un valor al monte forestal natural que no estaba tan explotado”, explica Alejandro García, director del INTA Junín.

Y agrega:  “Estamos probando manejos de esos algarrobos, para potenciar y mejorar la producción de la vaina, la cual se muere y con eso no solo se hace harina para panificados sino también para destilados y  fermentados”.

Por su parte, Valeria Settepare, del equipo territorial de INTA, añade: “Los pasos van desde la selección de árboles para la cosecha, la cosecha y recolección manual de vainas, el embolsado y acarreo de los frutos, el lavado y el secado de los mismos y por último la conservación de las vainas”.

García asegura que alrededor de 500 familias se benefician de una vegetación natural que se da en el secano.

“Asimismo, hubo plantaciones de nuevos algarrobos cuando se han producido incendios para mantener la recomposición del bosque. Ante un panorama de escasez hídrica que tenemos en la provincia, donde tenemos que hacer un uso más eficiente del agua, estas alternativas productivas -que siempre estuvieron pero no explotadas- comienzan a funcionar, siempre que se haga un uso racional”, repasa.